Mucho ha estado sucediendo este año. Básicamente, mi padre tenía una operación que le dejó un dolor intenso constante, y que tiene su vejiga eliminada lo dejó tener que lidiar con la vida con una bolsa de colostomía.
Recibí una llamada en noviembre pasado para decirme que estaba perdiendo la voluntad de vivir, y yo volamos a verlo. Confirmó que, efectivamente, quiero que termine – y estaba harto de decirle a la gente lo que no pensamos así. Tengo todo para él que aceptar y comprender lo que estaba diciendo. Pasó de sala de hospital para enfermos terminales para asilo de ancianos, y finalmente murió el 4 de enero.
La última vez que lo vi (una semana antes) había mirado sombrío: delgado, débil, miserable, apenas capaz de mantener los ojos abiertos. Pero creo que él le aseguró que no había cabos sueltos. Yo también quería que él supiera que yo era feliz en la vida, aunque no estoy seguro de hasta qué punto podía tomar.
Así que hubo una intensa actividad difícil en el comienzo del año: vuelos, los detalles del funeral, cuentas bancarias, registro de la muerte, y así sucesivamente. Una cosa que noté es que lo que da ganas de llorar por la pérdida no es más que la pérdida en sí, pero-tal vez más-la bondad de los demás cuando reconocen su pérdida y ofrecer ayuda.
A lo largo de todo este meditaba y se mantiene un nivel estable, a pesar de mi estado de ánimo antes de euforia se transformó en algo más monótona. Fue un momento emocionalmente difícil después de todo, y todavía hay repercusiones que tratar.
Siento que tengo mucho de introspección que hacer, pero no el tiempo ni la energía para hacerlo.